El tren salió de Cádiz, echando de menos ese pedazo de cielo que tiene la isla y que no lo puede tener todo el mundo, y se dirigió a Madrid cargado de ilusiones, de tristezas y de prisas, prisas por llegar para irse tras el fin de semana. En el coche número 3, una viejecita preguntaba dónde estaba el vagón número 6; a su derecha, tres señoritos jerezanos, con sus camisas con caballitos, con sus pantalones de colores chillones, con sus absurdos ricitos engominados, miraban al resto del tren preguntando dónde estaba la cafetería y perdonando al resto de la gente por ocupar el mismo lugar que ocupaban ellos.
Pedro siguió caminando para encontrar su asiento y descubrió cómo le miraban unos ojos azules, azules como el mar que se escapaba por la ventanilla mientras cruzaban el puente de Carranza, bajó la mirada y encontró unas medias negras que salían de la minifalda de una chica gordita, que encendía su miniportátil mientras pensaba en la visita a su novio, probablemente un madrileño soso, informático o médico tal vez, o algo peor, quizás, que la recogería el fin de semana para continuar con esa rutina sin sentido en busca del amor.
Cruzando ridículamente esas puertas modernas, escenario de discusiones altisonantes a través del móvil y cargadas de tiernos gañancitos que intentan tapar su estulticia con piercings y gritos a través del móvil, alcancé el coche número 4.Allí, en el primer asiento, un canoso profesor de secundaria escapado de otra época, teñía de rojo los exámenes de algunos adolescentes.
Afortunadamente, su asiento 12 v, estaba vacío, lo que le permitía ser optimista en su propósito de dormir algo para llegar fresco a Madrid. Encendió el mp3 y se dejó llevar esperando que la música de Sabina le diera pistas sobre el fin de semana.
Mandó un mensaje a Fran para quedar esa noche, pero la cita se pospuso al día siguiente ya que él insistía en ejercer su papel de no-novio sólo los viernes y fiestas de guardar. Fran se aferraba a esa eterna juventud, elixir que obtenía de los labios de muchachas sin alma, pero suspiraba por viejunas que le aportaban ese temple de espíritu que anhelaba. Caminaba sobre la barra de equilibrio que separaba la condición de bohemio vividor de la de catequista aburrido con pareja estable. Sin embargo, algunas tardes se sorprendía navegando por las páginas de internet en búsqueda de ofertas. En esas interminables horas delante de la pantalla, y vencido por el sueño, al final no distinguía si las ofertas eran de americanas con las cuales podía seguir el camino de Arturo Fernández o de incautas jovencitas que buscaban un madurito interesante.
Pedro, mientras tanto, desplegó su libro de Marcel Proust, “ En busca del tiempo perdido” y se abandonó dejando que Swam le enseñara el camino. Mientras estaba medio dormido vio la sombra del revisor, que, impertinente y ajeno a las maldades con que Odette acuchillaba sin piedad el corazón de Swam, le pidió el billete.
- Buenas tardes, ¿me permite?
- Sí, como no.
- ¿Va a Madrid?
- Efectivamente, aquí lo tiene.
Tras la interrupción del revisor, su mente le llevó a los integrantes de la aventura de Salamanca: además de Fran, componían la partida Migue, un bróker agresivo, moreno y con aspecto bonachón que, pese a su simpatía, tenía más éxitos en el campo de las matemáticas financieras que en el de las mujeres. No obstante, era uno de los puntales del grupo madrileño y, con Fran y Ricardo, dotaba de equilibrio a ese trío.
Acudirían también a la marcha Mauro, un actor argentino, tímido y que se incorporaría el sábado por la tarde al acabar su función. Finalmente, 2 hermanos amigos de Salamanca de Ricardo, bailarines procedentes de Londres, completaban el grupo.
El viernes era el cumpleaños de Ricardo y servía de excusa perfecta para una escapada. Finalmente, Pedro echó una ojeada a un calendario, era el 15 de octubre de 2010 y a las 21h el tren entraba por Atocha cargado de melancolía. Llamó a Juan Luis, un amigo que trabajaba en el Casino de Torrelodones, y dotado de un increíble pragmatismo, que hacía imposible cualquier discusión con él. Muy agradable, intentaba ocultar su simpatía tras una pereza existencial que le impedía tomar copas después de las 2 de la mañana, salvo que tuviera una oportunidad ya fuera sexual o aleatoria, preferentemente esta última, como si no fuera bastante aleatoria la posibilidad de ligar en Madrid.
- ¿Va a Madrid?
- Efectivamente, aquí lo tiene.
Tras la interrupción del revisor, su mente le llevó a los integrantes de la aventura de Salamanca: además de Fran, componían la partida Migue, un bróker agresivo, moreno y con aspecto bonachón que, pese a su simpatía, tenía más éxitos en el campo de las matemáticas financieras que en el de las mujeres. No obstante, era uno de los puntales del grupo madrileño y, con Fran y Ricardo, dotaba de equilibrio a ese trío.
Acudirían también a la marcha Mauro, un actor argentino, tímido y que se incorporaría el sábado por la tarde al acabar su función. Finalmente, 2 hermanos amigos de Salamanca de Ricardo, bailarines procedentes de Londres, completaban el grupo.
El viernes era el cumpleaños de Ricardo y servía de excusa perfecta para una escapada. Finalmente, Pedro echó una ojeada a un calendario, era el 15 de octubre de 2010 y a las 21h el tren entraba por Atocha cargado de melancolía. Llamó a Juan Luis, un amigo que trabajaba en el Casino de Torrelodones, y dotado de un increíble pragmatismo, que hacía imposible cualquier discusión con él. Muy agradable, intentaba ocultar su simpatía tras una pereza existencial que le impedía tomar copas después de las 2 de la mañana, salvo que tuviera una oportunidad ya fuera sexual o aleatoria, preferentemente esta última, como si no fuera bastante aleatoria la posibilidad de ligar en Madrid.
De momento esta juventud sigue teniendo valores. Veremos a ver como sigue el relato...
ResponderEliminarpocos,pocos valores,¿cual es tu personaje preferido?
ResponderEliminarMi personaje favorito es Fran. Da mucho juego a las historias
ResponderEliminarQueremos la segunda entrega de "Gañanes sin valores".........
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