ATARDECER


"Verdaderamente, la imagen que proyectamos en nuestra mente de un paisaje o una ciudad es totalmente subjetiva. Influye enormemente nuestra predisposición, a la que desgraciadamente contribuye el marketing dominante...."









miércoles, 28 de diciembre de 2011

CAMINO A LOS MARISTAS


 
 
En el centro de Granada, en la calle de los Maristas, convivían pequeños burgueses en pisos ruidosos, antaño elegantes y hoy instalados en un paisaje decadente que deambula entre el incierto presente y el añorado pasado. Esa calle, llamada Carril del Picón es el escenario en que se conocieron Ignacio y Dani, de camino al colegio. Ambos eran frágiles, la educación marista les había alimentado de anticlericalismo, producto que, mezclado con inseguridades, timidez y desarraigo había formado un cóctel explosivo que les condujo a una infancia y adolescencia perdida, sin rumbo, melancólica, caótica.

En el colegio habían sido incluidos, un poco a su pesar, en la categoría de empollones. Pese a ello, y a tener varias cosas en común, la división del azar que muchas veces ordena la vida les había separado en aulas distintas. Una tarde, una vez más, el azar, en forma de muchacho delgado, destartalado, larguirucho, con gafas enormes, soñador, imaginativo, artista en potencia, les hizo compartir una tarde de aquello que terminó en llamarse botellón.

Hola, Ignacio, este es Dani, ya lo conocerás, un tío de puta madre….
Hola, ¿qué tal?- Ignacio estrechó su mano sin entusiasmo.
Supongo que os conocéis de los Maristas.
Sí, me suena su cara.

Javier, aquel muchacho larguirucho, completó su misión contando unas historias divertidas, desordenadas, increíbles, que Ignacio escuchó con indisimulado escepticismo.
Aquella tarde, junto al portal de un piso cualquiera de la calle Carril del Picón se inició una amistad que duraría mucho tiempo y, quizás fue el inicio de un grupo de amigos que fue consolidándose con el paso de los años.
Un día, en aquel mismo portal, en las tardes de agosto, del agosto granadino que endurece las almas de los autóctonos y que adormece, creando un clima de somnolencia y de ansiedad, que forma parte del escenario de esa bella ciudad, se encontraron Ignacio y Javier y ocuparon una de sus tardes de verano en esperar a Dani que, a las 8 de la tarde, se acababa de despertar de la siesta.
  • ¡Qué cabrones sois! ¿Quién os ha mandado despertarme?
  • Son las 8 de la tarde.
  • ¿Y qué? ¿Qué quieres decir con eso?
Una vez calmado, Dani intentó explicarse:
  • El cabrón del vecino, el fontanero, que se ha echado de novia una puta, pero no le llamo puta como insulto, sino como profesional.
  • ¿Y qué pasa? ¿Te despiertan con los polvos?
  • ¡Qué va! Si sólo fuera eso, la tía pega unas voces increíbles, le insulta, le tira cosas, creo que el otro día la plancha no le alcanzó de milagro. Entre sueños, nada más que oía…¡Juan, Juan!, cabronazo..
  • ¿Juan? Qué casualidad, se llama como el que viene a mi casa. ¿Cómo es?
  • El cara rana, le decimos.
  • ¡Coño! Entonces es ése, con una cara de borracho que no puede con ella.
Ignacio, después de una larga conversación, empezó a descubrir en Dani esa cualidad tan poco común de encontrar la frase exacta para cada situación. Además le gustó su espíritu inquieto, bohemio y rebelde con un suave toque de ternura.
Aquí empezaba la historia interminable de una "juventud sin valores", cualidades que describían a la perfección a dos nuevos personajes que siempre estarían en mi vida, pensé.
Cambiaron el colegio por Universidades mientras seguían siendo amigos, con todo lo que ello conlleva, vagando por el mundo o mejor dicho por carreteras a altas horas de la madrugada con cierto grado de alcohol en nuestras venas, conversaciones absurdas pero Dani siempre tenía la sensatez que le caracteriza para colocar la frase correcta en el momento oportuno, Javier sin embargo vivía en su mundo, hablaba con tal tranquilidad que Ignacio y Dani ya habían cambiado de tema por la embriaguez típica de nuestra edad.
Pasado el tiempo, todos tomaron su camino, que les condujo a ciudades diferentes aunque se veían con mucha frecuencia.
  • Chato, este fin de semana voy para Granada, ¿quedamos donde siempre? Preguntaba Ignacio a Javier
  • Imposible, contestó Javier, he conocido a la mujer de mi vida.

viernes, 28 de octubre de 2011

CUENTOS INFANTILES

Es evidente que el sueño de la razón produce monstruos. En el discurso de Zaratustra destaca una frase: "Un hombre que no duerme bien es, probablemente un imbécil: ¡Huye de él! Las personas que más detesto son los serenos, que pasan la noche en vela, incordiando con sus linternas."
Ayer tuve que prescindir de la siesta. Por tanto, pido anticipadamente perdón por mis ocurrencias, seguramente influenciadas por la falta de sueño. Pero, lo que es aún peor, sustituí la sagrada siesta por una tarde en un centro comercial de la periferia de Málaga, paradigma de la economía de mercado en que estamos instalados. Tales lugares, destinados a satisfacer el mal gusto de la clase media norteamericana, a la que, tristemente, intentamos imitar, proliferan en mi entorno.
El imperio americano, hoy en horas de declive, ha vencido en su cruzada salpicando de mal gusto a toda una generación. Seguramente, el imperio chino, sucesor del americano y al que ya ha derrotado por la vía de la economía, nos impondrá su cultura y Sidharta sustituirá a Madonna como icono social.
Después de adivinar la salida de la tercera rotonda y aparcar junto a una hamburguesería (lógicamente de un color rojo americano chillón), recorrí unos cientos de metros por la vereda de diversas franquicias. Me detuve en una tienda de libros usados, bueno, más que una tienda era un tenderete de mercadillo. Me llamó la atención que entre 124 tiendas, no hubiera lugar para una triste librería o, al menos, algún lugar para comprar prensa.
No obstante, después de tantas tiendas vacías, de modernos baños domóticos y de cines inmensos, el final del camino me deparó una agradable sorpresa: escondida al final de las tiendas esperaba un bello atardecer sobre la Sierra de Málaga. Una orgullosa montaña se erguía sobre un fondo de Mediterráneo levemente apagado por el crepúsculo.
Verdaderamente, la imagen que proyectamos en nuestra mente de un paisaje o una ciudad es totalmente subjetiva. Influye enormemente nuestra predisposición, a la que desgraciadamente contribuye el marketing dominante que, al igual que nos vende una plancha, es capaz de vender como paraísos sitios cutres, infectos y totalmente vulgares.
Hay otro matiz que debemos tener en cuenta: se echa de menos la tierra propia y la evocación retrospectiva de los momentos vividos en ella, enaltecida por la distancia, suele ser más gratificante.
De forma impertinente, me despertó de mi abstracción el sonido imposible de un avión, que parecía que iba a aterrizar encima de las cabezas de los estúpidos niños americanos que no paraban de chillar a mi lado.Reconozco que normalmente no presto atención a los videojuegos, de hecho creo que ya ni se les llama así, pero a través de un escaparate de Nintendo creí divisar un muchacho, llamado humano, que, encerrado en un laberinto, intentaba escapar.
El muchacho "humano", sudoroso, alcanzaba la salida de la primera fase y, saltando de alegría, gritaba:
-¡He ganado! ¡He ganado!
-¿Qué has ganado? Le preguntaba otro "humano"
-La entrada para un Seat Ibiza…
Con aire condescendiente, el otro "humano" le contestó:
- ¡Bah!, yo he llegado más lejos, a la tercera fase.
-Sí, ¿y qué te han dado?
- Una tarjeta de Mercadona
- ¡Ja,ja! , te han engañado, eso me lo dieron en la primera fase, después del móvil prepago de Yoigo.
- Sí, pues yo más, he logrado salir del laberinto.
- Sí, ¿y qué te han dado?
-Es curioso, la gente se reía de ti y te veían como un bicho raro.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

EL HOTEL

15.-EL HOTEL

Mientras tanto, Ramón y Fer empezaron a instalarse en el hotel, 2 plantas más abajo. Ramón, con cierta tendencia a encerrarse en sí mismo, inició un particular viaje en el que repasaba su vida. Su fracasado matrimonio ya no le pesaba tanto. Aunque aún quedaba algo de agitación preocupada o de preocupación agitada, todo le parecía más lejano, el dolor era más débil, como esa fiebre que va bajando y casi nos parece agradable comparada con el fuerte dolor inicial.
Vestido todavía con su camisa bien planchada adornada del inseparable caballito de marca y sus impecables pantalones de algodón, sentado en una pequeña butaca de la fría habitación, pensaba en cambiarse de ropa como si ese cambio de camisa implicara algo más, como si la mudanza a camiseta rebelde le pudiera inyectar ciertos aires de culpabilidad.
Por el contrario, Fer, de ojos vivos, tez pálida, a ratos nervioso, y aparentemente más vital y cargado de ansiedad, que empezaba a dejar de ser aquel chico rebelde, abrió atropelladamente la puerta de la habitación, y sin perdonar 3 ó 4 insultos a la tarjeta que permitía su apertura, comenzó su particular recital de quejas sobre los diversos fallos de la fría estancia.
-¡Joder, que cuadro más feo!
( en ese momento Ramón ni siquiera le escuchaba)
Fer inició un nostálgico relato sobre sus clases en la Universidad, aquellos cafés interminables en la "cutrefetería" de la Complutense, en los que sus conocimientos de poker le permitieron ascender en la escala social. En aquel pequeño universo de la Facultad ya no era el chaval bajito que vivía cerca del Retiro, sino el segundo en el campeonato de poker universitario, hazaña que le permitió integrarse con gañanes de diversas procedencias, dándole la llave de las discotecas más populares.
Él siempre creía en la superioridad del artista como cualidad en sí misma intangible e incalculable. Aunque no dejaba de ser pijo, sus polos de cocodrilitos no le impedían repetir que su única aspiración en la vida era tener el dinero suficiente para dedicarse a sí mismo, a sus viajes, o a su novela, crónicas como él las llamaba. En realidad, no hablaba del dinero suficiente, hablaba de un trabajo, ya que en su mundo infantil creía que trabajar le proporcionaría dinero.
De aquella época añoraba las salidas nocturnas por Malasaña, en las que, tras dejar a la novia en casa, aún regresaba a los garitos a consumir los últimos cigarrillos. En uno de aquellos antros conoció a Ramón, también fanático del rock inglés, si bien el destino les llevó por caminos muy distintos.
Aunque ahora parecían muy distintos, compartían el gusto por el rock, con mucha guitarra pero más bien tranquilito, el desdén por los marginales y una cierta tendencia al facherío poco edificante. Estos gustos les llevaban a dedicar algunas noches a comentar las tertulias de Intereconomía, entre cubalitros de calimocho, o minis en la terminología madrileña, ante el asombro de los heavies borrachos.
Ambos se veían en la madurez de los treinta casados con hijos. En la universidad, Fer seguía con su novia de toda la vida, una rubia bajita con ojos alegres y culo respingón. Por su parte, Ramón empezaba a utilizar el atractivo de sus patillas para encandilar a las incautas muchachas.
- Fer, tío, he estado hablando con Cris.
- ¿Quién es esa tía?
- Joder, la rubia que se sienta a tu lado.
- Ah, la de los cocos, está buena, ¿eh? ¿ has atacado ya?
- No sé, tío, estuve hablando con ella una hora por lo menos.
- Coño, entonces fijo que quiere rollo, si te ha aguantado la chapa una hora..
Mientras Fer dejaba que la brisa de la nostalgia invadiera la habitación, Ramón contemplaba desde la ventana las palmeras que ocupaban el paseo marítimo.
  • Tío, Ramón, despierta, no dices nada..
  • Sí, sí, perdona, qué tiempos aquellos…
Fer se sentía más preparado por haber vivido en una gran ciudad, por poder llamar paletos de provincias al resto, él, que nunca dejó de ser un chico de pueblo. No hay tantos kilómetros de Toledo a Madrid y puede que el glamour toledano los supere ampliamente, pero no es lo mismo, en según qué escenarios, decir que eres de la capital, o al menos eso creen ellos.
Por su parte, Amparo, la hermana de Ricardo había dejado atrás aquellos días en que la llamaban 5 ó 6 chicos por la tarde. En aquellos días felices, su ocupación consistía en ver una telenovela en el salón, Cristal, o algún otro telefilme y dejar pasar las horas en el sofá esperando que sonara el teléfono.
La rutina era siempre la misma, a la llamada del primer chico se levantaba, a la tercera llamada la madre simulaba quejarse aunque en el fondo envidiaba esa adorable juventud. Esta vez, la segunda llamada de la tarde, en la que arrastró el cable del teléfono para poder cerrar la puerta de su habitación y encontrar un poco de intimidad, procedía de su amiga Inma.
  • ¡Hola, guapa!
  • ¿Qué tal?
  • ¿Vas esta tarde al Pétalos?
  • No sé, es siempre lo mismo, ¿no?
  • Tía, ¿sabes quién ha venido este finde?
  • ¿Quién?
  • Fran, el chico moreno de Granada, el amigo de Ricardo.
  • Ah, sí, ya sé quién es.
  • ¿Sabes qué me dijo?
  • ¿Qué? Alguna tontería, seguro..
  • Dijo que se acordaba de tus ojos.
  • Su rostro se iluminó, despojado ya de las manchas de soledad, y de repente retrocedió en el tiempo a los 17 años, pero guardó la compostura suficiente para disimular : Sí, es como.., no sé, interesante…
  • Sí, ¿tú crees?
  • Pero, ¿te lo vas a tirar esta noche?
  • Jo, cómo te pasas..
Al colgar el teléfono percibió que ya no tenía 17 años y que no estaba en el salón de casa de sus padres, ahora era una mujer de treinta años que se acababa de separar, con un hijo de 7 años y una hipoteca para toda la vida. Pero aquella llamada le había devuelto a la juventud, no sabía por qué, pero algo cambiaba. La habitación pequeña había dejado de ser enemiga, ya no era el cuarto de la plancha, era el vestidor, y por primera vez en mucho tiempo tenía ilusión en ver qué ropa tenía al fondo del armario.
Ella se imaginaba su vida como aquellas películas en las que el chico la recoge en un descapotable y le lleva al cine de verano bajo la luz de la luna. El chico podía cambiar, quizás el cine, quizás el coche, pero ella siempre estaría guapísima, con un vestido de fiesta y en un escenario perfecto.

lunes, 7 de febrero de 2011

EL ADIOS DE FRAN

El apartamento estaba situado en la calle Carril de la fuente, paralela al paseo marítimo. Era un tercer piso compuesto de 2 habitaciones, un balcón con vistas al mar y que servía de decorado para las tertulias nocturnas acompañadas de bebidas espirituosas previas a las salidas nocturnas. Leo  lo había reservado por su ubicación, a través de una página web identificó en una de sus fotos el césped que le era familiar.
Desde las primeras visitas conileras, las noches habían transcurrido cerca de ese jardín de forma que Conil había quedado grabado en su recuerdo unido indisolublemente a sus vivencias veraniegas.
Fran se había quedado solo en la habitación. Era un buen momento para la meditación. En un momento de pesimismo llegó a pensar que la naturaleza le había condenado a una vida disoluta, que era un alma vacía víctima de sus instintos y vagaría para siempre en busca de mujeres viendo en ellas nada más que un medio de seguir adelante, con relaciones sentimentales efímeras siempre condenadas a un rápido final. Al lado de ellas se sentía un impostor, un mero aprendiz de seductor.
Sin embargo, sus pensamientos se desplazaban como un péndulo y también se dio cuenta de que estaba rodeado de algunos de sus mejores amigos. En ese momento estaba recostado en la litera superior y su vista se desplazó al pequeño armario medio tapado por una cortina. Vio la toalla de Paul y recordó desde cuando lo conocía. El grupo se había ido cerrando y, si bien al principio no habían tenido mucha relación, Paco, pese a ser un hombre más de silencios, gradualmente había ascendido en la escala de los afectos de Paul.
 Esa noche, como contaba y como era de esperar, triunfó Ricardo. Conoció a unas muchachas  en una terraza y, obedeciendo sus propias instrucciones, se permitió ligar por una noche. Consiguió el teléfono de una de ellas e iniciaron una relación telefónica, si bien habría que reducirla al término mensajil, pues no pasaron de eso, del correo del siglo XXI, pero sin el romanticismo de otras épocas.

Pero a la edad de Ricardo, desengañado de otras relaciones, se pueden adoptar 2 posturas: la del que utiliza a las mujeres como un mero elemento estético y únicamente aprecia la belleza de las mismas, dejándolas correr en libertad pero al mismo tiempo permitiendo que se acerquen lo suficiente para cultivar la vanidad; o la del que busca el placer subjetivo, adelantando la relación física al deseo y no permitiendo que la falta de deseo estropee esos momentos de placer meramente físicos. Evidentemente, él prefería la primera opción.
Albert, el hombre tranquilo, dio por concluidas sus vacaciones estivales. Mientras, el tema de las conversaciones y de las tertulias nocturnas evolucionó hacia el recurrente mojo (El mojo da sentido a las vidas de Fran y Leo, y por derivación al resto del grupo: confluyen una serie de factores pero el resultado es que hay más éxito con las mujeres.)


Mientras Leo disfrutaba de una plácida siesta, sonó el teléfono de Fran:
-        ¿Quién es?
Por  el rostro tan serio que mostraba, todo el mundo entendió que era una llamada de su enamorada. El resto del grupo siguió con sus ocupaciones, sin prestar mayor interés, pero la preocupación flotaba en el ambiente.
Cuando colgó el móvil, la cara de Fran era fría como el hielo, era como si hubiera envejecido 10 años en ese instante. De un impulso rápido se levantó y se dirigió rápidamente a su maleta.
Alarmado, Leo le preguntó:
-        ¿Qué pasa?
-        Me voy.
-        ¿Cómo que te vas?
-        Me ha llamado Marga.
-        ¿Y qué te ha dicho?
-           Que o me voy hoy a Toledo o no me vuelve a ver.
-           Fran ni siquiera tenía fuerzas para contestar.

Por la cabeza de Leo pasaban las anécdotas vividas:
“Ya no nos encontraremos en ningún café, dejará de ir a la Feria de Málaga, no escucharemos sus pesadas charlas sobre el budismo”. Siempre habían existido deserciones en el grupo, desde el legendario Alejandro, ”El Torpedo”  a “Bizcocho”, pero esta vez….
Le acompañaron a la puerta, con cara de sonrisa para no empezar a llorar.
-        No te preocupes, volverás.
Mientras, él, lentamente, con la parsimonia que le caracterizaba, intentaba encontrar en el aparcamiento el caimánmóvil que le llevaría con su enamorada.
El grupo se quedaba huérfano, había que buscar un sustituto, era ley de vida. Las vacaciones se animaron con el anuncio de la llegada de 2 nuevos participantes: Jorge y Dani. Pero eso sería otro día…..















lunes, 24 de enero de 2011

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EL PUERTO DE SANTA MARÍA

El domingo amaneció bruscamente con las voces de Ricardo (antes conocido como Psico) animando a sus compañeros de viaje:
-       ¡Levantaos,  cabrones!

Paul tenía la fea costumbre de levantarse muy temprano. Aunque se hubiera acostado a las 6 de la mañana, a las 8 como mucho solía estar en pie. De hecho le sorprendió que alguno de los compañeros de aventura estuviera ya despierto.
Ricardo le invitó a desayunar, para lo cual caminaron hasta un café próximo al apartamento en el que se cruzaban los veraneantes tranquilos que acababan de comprar el periódico con las chicas que, repletas de ilusión, viajan desde el norte dispuestas a primero alegrar y después destrozar la estabilidad emocional de los ilusos muchachos veinteañeros que, en su inocencia, creen que van a triunfar animados por la propaganda tan dañina que hacen los reportajes veraniegos de televisión.
Era domingo por la mañana y Ricardo, junto a la taza de café, desplegó su mejor amabilidad, que contrastaba con la apatía que dominaba a Paul. La conversación iba y venía de un tema a otro, con la rutina de 2 viejos amigos interrumpida por la abrupta irrupción de shorts y sandalias de las tiernas veraneantes.


-       Podíamos ir esta noche al Puerto
-       Sí, podría estar bien.

Mientras Paul leía la sección de economía del periódico, la atención de Ricardo se evaporaba:
-       ¡Qué camisetita! Creo que me acabo de enamorar, junto a frases mucho menos líricas:
-       ¡Te lo comía tooooooo!
Volvieron al apartamento a recoger al resto de ocupantes para continuar la rutina veraniega: amago de visita a la playa, interrumpida por las cervezas en casa Manolo y tortillitas de camarones amenizadas con las divertidas anécdotas del dicharachero camarero Simpa.
Después de una comida en una pizzería animada por una persecución a 4 gañancitos sin camiseta que abandonaron el restaurante sin pagar corriendo en chanclas a lo largo del Paseo Marítimo, se preparó la visita al Puerto.
Lo más divertido fue el trayecto en coche, con las alegres melodías del caimánmóvil, que se ofreció voluntariamente para transportarlos al lugar de diversión.
Las preferencias musicales del dueño del caimánmóvil oscilan desde sonidos de lavadoras averiadas de apartamentos alquilados totalmente amortizados a piezas musicales dignas de las noches más lúgubres de los enfermos agonizantes.  

El paseo en coche de los amigos resucitó su adolescencia: no eran cinco treintañeros de vacaciones, era algo parecido a un viaje del instituto en autobús escolar.

-       Te has equivocado de camino
-       No, coño, hay que coger la salida a la izquierda.
-       ¡Queréis dejar de tocarme los cojones!
En medio de aquellas discusiones triviales, el destino les deparó un atasco cerca de Cádiz. En aquel momento no eran conscientes, pero ese fue quizás el mejor momento de la noche. Paul miró al conductor y éste estaba inusualmente tranquilo, disfrutaba del paisaje al atardecer, de cómo la luna iba iluminando la bahía de Cádiz, de la conversación de sus amigos sin las urgencias nocturnas ni las interferencias de las manipuladoras que tanto daño le habían causado en otros tiempos.
Por fin, en esos kilómetros que separan San Fernando del Puerto de Santa María, donde se divisa el puente que comunica Cádiz con el resto del mundo, encontró el Tao que tanto había buscado en Madrid en librerías, monasterios budistas y miles de páginas de internet.
Aunque irregulares, eran conocidas las predicciones de Paul, el pulpo Paul, en plena ebullición de la resaca posterior a la victoria española en el Mundial de fútbol celebrado en Sudáfrica.
-       ¿Qué toca esta noche? ¿Ves algo?
-       Paul hizo un esfuerzo, pero sólo confiaba en Leo y Ricardo para aquella semana. Albert, el hombre tranquilo, acababa de comenzar una relación y Fran se encontraba en una tormenta sentimental.
 



lunes, 17 de enero de 2011

8.- SALAMANCA: PRIMERA PARTE



El tren salió de Cádiz, echando de menos ese  pedazo de cielo que tiene la isla y que no lo puede tener todo el mundo, y se dirigió a Madrid cargado de ilusiones, de tristezas y de prisas, prisas por llegar para irse tras el fin de semana. En el coche número 3, una viejecita preguntaba dónde estaba el vagón número 6; a su derecha, tres señoritos jerezanos, con sus camisas con caballitos, con sus pantalones de colores chillones, con sus absurdos ricitos engominados, miraban al  resto del tren preguntando dónde estaba la cafetería y perdonando al resto de la gente por ocupar el mismo lugar que ocupaban ellos.
 
Pedro siguió caminando para encontrar su asiento y descubrió cómo le miraban unos ojos azules, azules como el mar que se escapaba por la ventanilla mientras cruzaban el puente de Carranza, bajó la mirada y encontró unas medias negras que salían de la  minifalda de una chica gordita, que encendía su miniportátil mientras pensaba en la visita a su novio, probablemente un madrileño soso, informático o médico tal vez, o algo peor, quizás, que la recogería el fin de semana para continuar con esa rutina sin sentido en busca del amor.    
Cruzando ridículamente esas puertas modernas, escenario de   discusiones altisonantes a través del móvil y cargadas de tiernos gañancitos que intentan tapar su estulticia con piercings y gritos a través del móvil, alcancé el coche número 4.Allí, en el primer asiento, un canoso profesor de secundaria escapado de otra época, teñía de rojo los exámenes de algunos adolescentes.
 
Afortunadamente, su asiento 12 v, estaba vacío, lo que le permitía ser optimista en su propósito de dormir algo para llegar fresco a Madrid. Encendió el mp3 y se dejó llevar esperando que la música de Sabina le diera pistas sobre el fin de semana.
Mandó un mensaje a Fran para quedar esa noche, pero la cita se pospuso al día siguiente ya que él insistía en ejercer su papel de no-novio sólo los viernes y fiestas de guardar. Fran se aferraba a esa eterna juventud, elixir que obtenía de los labios de muchachas sin alma, pero suspiraba por viejunas que le aportaban ese temple de espíritu que anhelaba. Caminaba sobre la barra de equilibrio que separaba la condición de bohemio vividor de la de catequista aburrido con pareja estable. Sin embargo, algunas tardes se sorprendía navegando por las páginas de internet en búsqueda de ofertas. En esas interminables horas delante de la pantalla, y vencido por el sueño, al final no distinguía si las ofertas eran de americanas con las cuales podía seguir el camino de Arturo Fernández o de incautas jovencitas que buscaban un madurito interesante.
 
Pedro, mientras tanto, desplegó su libro de Marcel Proust, “ En busca del tiempo perdido” y se abandonó dejando que Swam le enseñara el camino. Mientras estaba medio dormido vio la sombra del revisor, que, impertinente y ajeno a las maldades con que Odette acuchillaba sin piedad el corazón de Swam, le pidió el billete.
 
-        Buenas tardes, ¿me permite?
-        Sí, como no.
-      ¿Va a Madrid?
-     Efectivamente, aquí lo tiene.
 

Tras la interrupción del revisor, su mente le llevó a los integrantes de la aventura de Salamanca: además de Fran, componían la partida Migue, un bróker agresivo, moreno y con aspecto bonachón que, pese a su simpatía, tenía más éxitos en el campo de las matemáticas financieras que en el de las mujeres. No obstante, era uno de los puntales del grupo madrileño y, con Fran y Ricardo, dotaba de equilibrio a ese trío.
 


Acudirían también a la marcha Mauro, un actor argentino, tímido y que se incorporaría el sábado por la tarde al acabar su función. Finalmente, 2 hermanos amigos de Salamanca de Ricardo, bailarines procedentes de Londres, completaban el grupo.
 
El viernes era el cumpleaños de Ricardo y servía de excusa perfecta para una escapada. Finalmente, Pedro echó una ojeada a un calendario, era el 15 de octubre de 2010 y a las 21h el tren entraba por Atocha cargado de melancolía. Llamó a Juan Luis, un amigo que trabajaba en el Casino de Torrelodones, y dotado de un increíble pragmatismo, que hacía imposible cualquier discusión con él. Muy agradable, intentaba ocultar su simpatía tras una pereza existencial que le impedía tomar copas después de las 2 de la mañana, salvo que tuviera una oportunidad ya fuera sexual o aleatoria, preferentemente esta última, como si no fuera bastante aleatoria la posibilidad de ligar en Madrid.

domingo, 16 de enero de 2011

Extracto de Juventud sin Valores

 EL VIAJE A VALENCIA



Fran miró por el retrovisor y se encontró tratando de encontrar aquel mar que habían abandonado en Cádiz. La mente no entiende del orden cronológico y le había trasladado a sus aventuras del verano en el pueblito de Conil. Seguía el viaje escapista tratando de huir de la realidad.

En este momento de su vida, tras haberlo intentado en 2 ocasiones, había renunciado a abandonar a su no-novia. Cuando salía de su casa para comunicar tal decisión lo tenía claro, pero cuando llegaba a la casa de ella, empezaba a desgranar despacio uno a uno sus argumentos, que se iban difuminando y al final quedaba envuelto en el sofá en una nube que le dejaba agotado y notaba cómo se le nublaba la visión al mismo ritmo que desaparecía su fuerza de voluntad.  

Sin embargo, cuando volvía a su casa, después de pasar la noche con ella, recuperaba la claridad y sentía limpio en su corazón el amor por su deseada Amparo. Reorganizó su vida e interiormente era un hombre equilibrado, con un objetivo, y había conseguido escapar de la culpabilidad que le proporcionaban sus encuentros nocturnos con chicas malas, entendiendo que era sincero y no engañaba a nadie. Desde un par de semanas atrás había dejado de leer El Tao para volver a convertir Diario de un seductor, del maestro Kierkegaard, en su libro de cabecera.

El grupo de amigos era más heterogéneo que de costumbre, se había producido una extraña mezcla de ambientes: Fran, Ricardo, Ramón y Dani con destino Valencia. Cada uno tenía un  motivo distinto para viajar allí. Fran y Ricardo, como de costumbre, partieron en coche desde Madrid. Esta vez utilizaron el coupé de Ricardo, quizás pensando éste  que sería de los últimos viajes que haría con su querido vehículo antes de venderlo. En el trayecto cantaron alegres canciones y entablaron discusiones infantiles como en los viejos tiempos.


Los dos amigos comenzaron la charla habitual de repaso a sus compañeros de aventuras:
-     Hay que ver, Albert, ya no se le ve, desde que se echó novia…

-        Ya se veía venir, contestó Fran, con ese tono mixto entre el desinterés y hastío vital que le era tan característico.
-        Se casará en algún vulgar juzgado de provincias, tendrá 2 hijos y se abonará al Canal Satélite Digital para sobrellevar los domingos.

Continuaron comentando la inauguración de un nuevo gimnasio Castellana Sports, si bien en este punto discutían abiertamente, ya que la idea de Fran sobre los gimnasios era bastante más masculina que la de su amigo, que los entendía como una clase de club social y los ordenaba en función de la calidad del spa o del número y variedad de menús vegetarianos de la cafetería.

Estaba claro que, al igual que no tenía fuerzas suficientes para dejar a su no-novia, también le resultaría difícil perder el grado de intimidad que disfrutaba en sus conversaciones con Ricardo. En cualquier caso tenía claro que aquel viaje era un salto en el vacío y que, al igual que había abandonado a varias mujeres y había conservado a los amigos, el tiempo de las risas y las confortables conversaciones superficiales con Ricardo estaba a punto de terminar. Su única esperanza era conquistar a Amparo, con lo cual alcanzaría otro tipo de personalidad social, la de cuñado. 

 ¿Qué ropa te has traído?

A Ricardo le encantaban ese tipo de conversaciones y cambió su gesto serio a un rostro despierto y atento.

-        Me he comprado 3 camisetas con botoncitos de Zara y unos pantalones de lino en H&M. ¿Y tú?

-        Ayer fui al outlet de Las Rozas.
-        ¡Qué cabrón! ¿Por qué no me llamaste?
-        No sé, creía que estarías con tu…..amiga..
-        Joder, no me queda casi gasolina. Vamos a parar aquí.
-        Vale…
-        Me llena, por favor..
Ricardo echó gasolina mientras Fran se quedó dentro del coche, esperando.
Entró a la tienda para pagar con tarjeta.

-        Me cobra la cola light y la gasolina.
-        Sí, claro..
-        Disculpe, me ha rechazado la tarjeta.