ATARDECER


"Verdaderamente, la imagen que proyectamos en nuestra mente de un paisaje o una ciudad es totalmente subjetiva. Influye enormemente nuestra predisposición, a la que desgraciadamente contribuye el marketing dominante...."









miércoles, 28 de diciembre de 2011

CAMINO A LOS MARISTAS


 
 
En el centro de Granada, en la calle de los Maristas, convivían pequeños burgueses en pisos ruidosos, antaño elegantes y hoy instalados en un paisaje decadente que deambula entre el incierto presente y el añorado pasado. Esa calle, llamada Carril del Picón es el escenario en que se conocieron Ignacio y Dani, de camino al colegio. Ambos eran frágiles, la educación marista les había alimentado de anticlericalismo, producto que, mezclado con inseguridades, timidez y desarraigo había formado un cóctel explosivo que les condujo a una infancia y adolescencia perdida, sin rumbo, melancólica, caótica.

En el colegio habían sido incluidos, un poco a su pesar, en la categoría de empollones. Pese a ello, y a tener varias cosas en común, la división del azar que muchas veces ordena la vida les había separado en aulas distintas. Una tarde, una vez más, el azar, en forma de muchacho delgado, destartalado, larguirucho, con gafas enormes, soñador, imaginativo, artista en potencia, les hizo compartir una tarde de aquello que terminó en llamarse botellón.

Hola, Ignacio, este es Dani, ya lo conocerás, un tío de puta madre….
Hola, ¿qué tal?- Ignacio estrechó su mano sin entusiasmo.
Supongo que os conocéis de los Maristas.
Sí, me suena su cara.

Javier, aquel muchacho larguirucho, completó su misión contando unas historias divertidas, desordenadas, increíbles, que Ignacio escuchó con indisimulado escepticismo.
Aquella tarde, junto al portal de un piso cualquiera de la calle Carril del Picón se inició una amistad que duraría mucho tiempo y, quizás fue el inicio de un grupo de amigos que fue consolidándose con el paso de los años.
Un día, en aquel mismo portal, en las tardes de agosto, del agosto granadino que endurece las almas de los autóctonos y que adormece, creando un clima de somnolencia y de ansiedad, que forma parte del escenario de esa bella ciudad, se encontraron Ignacio y Javier y ocuparon una de sus tardes de verano en esperar a Dani que, a las 8 de la tarde, se acababa de despertar de la siesta.
  • ¡Qué cabrones sois! ¿Quién os ha mandado despertarme?
  • Son las 8 de la tarde.
  • ¿Y qué? ¿Qué quieres decir con eso?
Una vez calmado, Dani intentó explicarse:
  • El cabrón del vecino, el fontanero, que se ha echado de novia una puta, pero no le llamo puta como insulto, sino como profesional.
  • ¿Y qué pasa? ¿Te despiertan con los polvos?
  • ¡Qué va! Si sólo fuera eso, la tía pega unas voces increíbles, le insulta, le tira cosas, creo que el otro día la plancha no le alcanzó de milagro. Entre sueños, nada más que oía…¡Juan, Juan!, cabronazo..
  • ¿Juan? Qué casualidad, se llama como el que viene a mi casa. ¿Cómo es?
  • El cara rana, le decimos.
  • ¡Coño! Entonces es ése, con una cara de borracho que no puede con ella.
Ignacio, después de una larga conversación, empezó a descubrir en Dani esa cualidad tan poco común de encontrar la frase exacta para cada situación. Además le gustó su espíritu inquieto, bohemio y rebelde con un suave toque de ternura.
Aquí empezaba la historia interminable de una "juventud sin valores", cualidades que describían a la perfección a dos nuevos personajes que siempre estarían en mi vida, pensé.
Cambiaron el colegio por Universidades mientras seguían siendo amigos, con todo lo que ello conlleva, vagando por el mundo o mejor dicho por carreteras a altas horas de la madrugada con cierto grado de alcohol en nuestras venas, conversaciones absurdas pero Dani siempre tenía la sensatez que le caracteriza para colocar la frase correcta en el momento oportuno, Javier sin embargo vivía en su mundo, hablaba con tal tranquilidad que Ignacio y Dani ya habían cambiado de tema por la embriaguez típica de nuestra edad.
Pasado el tiempo, todos tomaron su camino, que les condujo a ciudades diferentes aunque se veían con mucha frecuencia.
  • Chato, este fin de semana voy para Granada, ¿quedamos donde siempre? Preguntaba Ignacio a Javier
  • Imposible, contestó Javier, he conocido a la mujer de mi vida.