ATARDECER


"Verdaderamente, la imagen que proyectamos en nuestra mente de un paisaje o una ciudad es totalmente subjetiva. Influye enormemente nuestra predisposición, a la que desgraciadamente contribuye el marketing dominante...."









lunes, 24 de enero de 2011

http://www.escritores.org/

EL PUERTO DE SANTA MARÍA

El domingo amaneció bruscamente con las voces de Ricardo (antes conocido como Psico) animando a sus compañeros de viaje:
-       ¡Levantaos,  cabrones!

Paul tenía la fea costumbre de levantarse muy temprano. Aunque se hubiera acostado a las 6 de la mañana, a las 8 como mucho solía estar en pie. De hecho le sorprendió que alguno de los compañeros de aventura estuviera ya despierto.
Ricardo le invitó a desayunar, para lo cual caminaron hasta un café próximo al apartamento en el que se cruzaban los veraneantes tranquilos que acababan de comprar el periódico con las chicas que, repletas de ilusión, viajan desde el norte dispuestas a primero alegrar y después destrozar la estabilidad emocional de los ilusos muchachos veinteañeros que, en su inocencia, creen que van a triunfar animados por la propaganda tan dañina que hacen los reportajes veraniegos de televisión.
Era domingo por la mañana y Ricardo, junto a la taza de café, desplegó su mejor amabilidad, que contrastaba con la apatía que dominaba a Paul. La conversación iba y venía de un tema a otro, con la rutina de 2 viejos amigos interrumpida por la abrupta irrupción de shorts y sandalias de las tiernas veraneantes.


-       Podíamos ir esta noche al Puerto
-       Sí, podría estar bien.

Mientras Paul leía la sección de economía del periódico, la atención de Ricardo se evaporaba:
-       ¡Qué camisetita! Creo que me acabo de enamorar, junto a frases mucho menos líricas:
-       ¡Te lo comía tooooooo!
Volvieron al apartamento a recoger al resto de ocupantes para continuar la rutina veraniega: amago de visita a la playa, interrumpida por las cervezas en casa Manolo y tortillitas de camarones amenizadas con las divertidas anécdotas del dicharachero camarero Simpa.
Después de una comida en una pizzería animada por una persecución a 4 gañancitos sin camiseta que abandonaron el restaurante sin pagar corriendo en chanclas a lo largo del Paseo Marítimo, se preparó la visita al Puerto.
Lo más divertido fue el trayecto en coche, con las alegres melodías del caimánmóvil, que se ofreció voluntariamente para transportarlos al lugar de diversión.
Las preferencias musicales del dueño del caimánmóvil oscilan desde sonidos de lavadoras averiadas de apartamentos alquilados totalmente amortizados a piezas musicales dignas de las noches más lúgubres de los enfermos agonizantes.  

El paseo en coche de los amigos resucitó su adolescencia: no eran cinco treintañeros de vacaciones, era algo parecido a un viaje del instituto en autobús escolar.

-       Te has equivocado de camino
-       No, coño, hay que coger la salida a la izquierda.
-       ¡Queréis dejar de tocarme los cojones!
En medio de aquellas discusiones triviales, el destino les deparó un atasco cerca de Cádiz. En aquel momento no eran conscientes, pero ese fue quizás el mejor momento de la noche. Paul miró al conductor y éste estaba inusualmente tranquilo, disfrutaba del paisaje al atardecer, de cómo la luna iba iluminando la bahía de Cádiz, de la conversación de sus amigos sin las urgencias nocturnas ni las interferencias de las manipuladoras que tanto daño le habían causado en otros tiempos.
Por fin, en esos kilómetros que separan San Fernando del Puerto de Santa María, donde se divisa el puente que comunica Cádiz con el resto del mundo, encontró el Tao que tanto había buscado en Madrid en librerías, monasterios budistas y miles de páginas de internet.
Aunque irregulares, eran conocidas las predicciones de Paul, el pulpo Paul, en plena ebullición de la resaca posterior a la victoria española en el Mundial de fútbol celebrado en Sudáfrica.
-       ¿Qué toca esta noche? ¿Ves algo?
-       Paul hizo un esfuerzo, pero sólo confiaba en Leo y Ricardo para aquella semana. Albert, el hombre tranquilo, acababa de comenzar una relación y Fran se encontraba en una tormenta sentimental.
 



lunes, 17 de enero de 2011

8.- SALAMANCA: PRIMERA PARTE



El tren salió de Cádiz, echando de menos ese  pedazo de cielo que tiene la isla y que no lo puede tener todo el mundo, y se dirigió a Madrid cargado de ilusiones, de tristezas y de prisas, prisas por llegar para irse tras el fin de semana. En el coche número 3, una viejecita preguntaba dónde estaba el vagón número 6; a su derecha, tres señoritos jerezanos, con sus camisas con caballitos, con sus pantalones de colores chillones, con sus absurdos ricitos engominados, miraban al  resto del tren preguntando dónde estaba la cafetería y perdonando al resto de la gente por ocupar el mismo lugar que ocupaban ellos.
 
Pedro siguió caminando para encontrar su asiento y descubrió cómo le miraban unos ojos azules, azules como el mar que se escapaba por la ventanilla mientras cruzaban el puente de Carranza, bajó la mirada y encontró unas medias negras que salían de la  minifalda de una chica gordita, que encendía su miniportátil mientras pensaba en la visita a su novio, probablemente un madrileño soso, informático o médico tal vez, o algo peor, quizás, que la recogería el fin de semana para continuar con esa rutina sin sentido en busca del amor.    
Cruzando ridículamente esas puertas modernas, escenario de   discusiones altisonantes a través del móvil y cargadas de tiernos gañancitos que intentan tapar su estulticia con piercings y gritos a través del móvil, alcancé el coche número 4.Allí, en el primer asiento, un canoso profesor de secundaria escapado de otra época, teñía de rojo los exámenes de algunos adolescentes.
 
Afortunadamente, su asiento 12 v, estaba vacío, lo que le permitía ser optimista en su propósito de dormir algo para llegar fresco a Madrid. Encendió el mp3 y se dejó llevar esperando que la música de Sabina le diera pistas sobre el fin de semana.
Mandó un mensaje a Fran para quedar esa noche, pero la cita se pospuso al día siguiente ya que él insistía en ejercer su papel de no-novio sólo los viernes y fiestas de guardar. Fran se aferraba a esa eterna juventud, elixir que obtenía de los labios de muchachas sin alma, pero suspiraba por viejunas que le aportaban ese temple de espíritu que anhelaba. Caminaba sobre la barra de equilibrio que separaba la condición de bohemio vividor de la de catequista aburrido con pareja estable. Sin embargo, algunas tardes se sorprendía navegando por las páginas de internet en búsqueda de ofertas. En esas interminables horas delante de la pantalla, y vencido por el sueño, al final no distinguía si las ofertas eran de americanas con las cuales podía seguir el camino de Arturo Fernández o de incautas jovencitas que buscaban un madurito interesante.
 
Pedro, mientras tanto, desplegó su libro de Marcel Proust, “ En busca del tiempo perdido” y se abandonó dejando que Swam le enseñara el camino. Mientras estaba medio dormido vio la sombra del revisor, que, impertinente y ajeno a las maldades con que Odette acuchillaba sin piedad el corazón de Swam, le pidió el billete.
 
-        Buenas tardes, ¿me permite?
-        Sí, como no.
-      ¿Va a Madrid?
-     Efectivamente, aquí lo tiene.
 

Tras la interrupción del revisor, su mente le llevó a los integrantes de la aventura de Salamanca: además de Fran, componían la partida Migue, un bróker agresivo, moreno y con aspecto bonachón que, pese a su simpatía, tenía más éxitos en el campo de las matemáticas financieras que en el de las mujeres. No obstante, era uno de los puntales del grupo madrileño y, con Fran y Ricardo, dotaba de equilibrio a ese trío.
 


Acudirían también a la marcha Mauro, un actor argentino, tímido y que se incorporaría el sábado por la tarde al acabar su función. Finalmente, 2 hermanos amigos de Salamanca de Ricardo, bailarines procedentes de Londres, completaban el grupo.
 
El viernes era el cumpleaños de Ricardo y servía de excusa perfecta para una escapada. Finalmente, Pedro echó una ojeada a un calendario, era el 15 de octubre de 2010 y a las 21h el tren entraba por Atocha cargado de melancolía. Llamó a Juan Luis, un amigo que trabajaba en el Casino de Torrelodones, y dotado de un increíble pragmatismo, que hacía imposible cualquier discusión con él. Muy agradable, intentaba ocultar su simpatía tras una pereza existencial que le impedía tomar copas después de las 2 de la mañana, salvo que tuviera una oportunidad ya fuera sexual o aleatoria, preferentemente esta última, como si no fuera bastante aleatoria la posibilidad de ligar en Madrid.

domingo, 16 de enero de 2011

Extracto de Juventud sin Valores

 EL VIAJE A VALENCIA



Fran miró por el retrovisor y se encontró tratando de encontrar aquel mar que habían abandonado en Cádiz. La mente no entiende del orden cronológico y le había trasladado a sus aventuras del verano en el pueblito de Conil. Seguía el viaje escapista tratando de huir de la realidad.

En este momento de su vida, tras haberlo intentado en 2 ocasiones, había renunciado a abandonar a su no-novia. Cuando salía de su casa para comunicar tal decisión lo tenía claro, pero cuando llegaba a la casa de ella, empezaba a desgranar despacio uno a uno sus argumentos, que se iban difuminando y al final quedaba envuelto en el sofá en una nube que le dejaba agotado y notaba cómo se le nublaba la visión al mismo ritmo que desaparecía su fuerza de voluntad.  

Sin embargo, cuando volvía a su casa, después de pasar la noche con ella, recuperaba la claridad y sentía limpio en su corazón el amor por su deseada Amparo. Reorganizó su vida e interiormente era un hombre equilibrado, con un objetivo, y había conseguido escapar de la culpabilidad que le proporcionaban sus encuentros nocturnos con chicas malas, entendiendo que era sincero y no engañaba a nadie. Desde un par de semanas atrás había dejado de leer El Tao para volver a convertir Diario de un seductor, del maestro Kierkegaard, en su libro de cabecera.

El grupo de amigos era más heterogéneo que de costumbre, se había producido una extraña mezcla de ambientes: Fran, Ricardo, Ramón y Dani con destino Valencia. Cada uno tenía un  motivo distinto para viajar allí. Fran y Ricardo, como de costumbre, partieron en coche desde Madrid. Esta vez utilizaron el coupé de Ricardo, quizás pensando éste  que sería de los últimos viajes que haría con su querido vehículo antes de venderlo. En el trayecto cantaron alegres canciones y entablaron discusiones infantiles como en los viejos tiempos.


Los dos amigos comenzaron la charla habitual de repaso a sus compañeros de aventuras:
-     Hay que ver, Albert, ya no se le ve, desde que se echó novia…

-        Ya se veía venir, contestó Fran, con ese tono mixto entre el desinterés y hastío vital que le era tan característico.
-        Se casará en algún vulgar juzgado de provincias, tendrá 2 hijos y se abonará al Canal Satélite Digital para sobrellevar los domingos.

Continuaron comentando la inauguración de un nuevo gimnasio Castellana Sports, si bien en este punto discutían abiertamente, ya que la idea de Fran sobre los gimnasios era bastante más masculina que la de su amigo, que los entendía como una clase de club social y los ordenaba en función de la calidad del spa o del número y variedad de menús vegetarianos de la cafetería.

Estaba claro que, al igual que no tenía fuerzas suficientes para dejar a su no-novia, también le resultaría difícil perder el grado de intimidad que disfrutaba en sus conversaciones con Ricardo. En cualquier caso tenía claro que aquel viaje era un salto en el vacío y que, al igual que había abandonado a varias mujeres y había conservado a los amigos, el tiempo de las risas y las confortables conversaciones superficiales con Ricardo estaba a punto de terminar. Su única esperanza era conquistar a Amparo, con lo cual alcanzaría otro tipo de personalidad social, la de cuñado. 

 ¿Qué ropa te has traído?

A Ricardo le encantaban ese tipo de conversaciones y cambió su gesto serio a un rostro despierto y atento.

-        Me he comprado 3 camisetas con botoncitos de Zara y unos pantalones de lino en H&M. ¿Y tú?

-        Ayer fui al outlet de Las Rozas.
-        ¡Qué cabrón! ¿Por qué no me llamaste?
-        No sé, creía que estarías con tu…..amiga..
-        Joder, no me queda casi gasolina. Vamos a parar aquí.
-        Vale…
-        Me llena, por favor..
Ricardo echó gasolina mientras Fran se quedó dentro del coche, esperando.
Entró a la tienda para pagar con tarjeta.

-        Me cobra la cola light y la gasolina.
-        Sí, claro..
-        Disculpe, me ha rechazado la tarjeta.