ATARDECER


"Verdaderamente, la imagen que proyectamos en nuestra mente de un paisaje o una ciudad es totalmente subjetiva. Influye enormemente nuestra predisposición, a la que desgraciadamente contribuye el marketing dominante...."









miércoles, 14 de septiembre de 2011

EL HOTEL

15.-EL HOTEL

Mientras tanto, Ramón y Fer empezaron a instalarse en el hotel, 2 plantas más abajo. Ramón, con cierta tendencia a encerrarse en sí mismo, inició un particular viaje en el que repasaba su vida. Su fracasado matrimonio ya no le pesaba tanto. Aunque aún quedaba algo de agitación preocupada o de preocupación agitada, todo le parecía más lejano, el dolor era más débil, como esa fiebre que va bajando y casi nos parece agradable comparada con el fuerte dolor inicial.
Vestido todavía con su camisa bien planchada adornada del inseparable caballito de marca y sus impecables pantalones de algodón, sentado en una pequeña butaca de la fría habitación, pensaba en cambiarse de ropa como si ese cambio de camisa implicara algo más, como si la mudanza a camiseta rebelde le pudiera inyectar ciertos aires de culpabilidad.
Por el contrario, Fer, de ojos vivos, tez pálida, a ratos nervioso, y aparentemente más vital y cargado de ansiedad, que empezaba a dejar de ser aquel chico rebelde, abrió atropelladamente la puerta de la habitación, y sin perdonar 3 ó 4 insultos a la tarjeta que permitía su apertura, comenzó su particular recital de quejas sobre los diversos fallos de la fría estancia.
-¡Joder, que cuadro más feo!
( en ese momento Ramón ni siquiera le escuchaba)
Fer inició un nostálgico relato sobre sus clases en la Universidad, aquellos cafés interminables en la "cutrefetería" de la Complutense, en los que sus conocimientos de poker le permitieron ascender en la escala social. En aquel pequeño universo de la Facultad ya no era el chaval bajito que vivía cerca del Retiro, sino el segundo en el campeonato de poker universitario, hazaña que le permitió integrarse con gañanes de diversas procedencias, dándole la llave de las discotecas más populares.
Él siempre creía en la superioridad del artista como cualidad en sí misma intangible e incalculable. Aunque no dejaba de ser pijo, sus polos de cocodrilitos no le impedían repetir que su única aspiración en la vida era tener el dinero suficiente para dedicarse a sí mismo, a sus viajes, o a su novela, crónicas como él las llamaba. En realidad, no hablaba del dinero suficiente, hablaba de un trabajo, ya que en su mundo infantil creía que trabajar le proporcionaría dinero.
De aquella época añoraba las salidas nocturnas por Malasaña, en las que, tras dejar a la novia en casa, aún regresaba a los garitos a consumir los últimos cigarrillos. En uno de aquellos antros conoció a Ramón, también fanático del rock inglés, si bien el destino les llevó por caminos muy distintos.
Aunque ahora parecían muy distintos, compartían el gusto por el rock, con mucha guitarra pero más bien tranquilito, el desdén por los marginales y una cierta tendencia al facherío poco edificante. Estos gustos les llevaban a dedicar algunas noches a comentar las tertulias de Intereconomía, entre cubalitros de calimocho, o minis en la terminología madrileña, ante el asombro de los heavies borrachos.
Ambos se veían en la madurez de los treinta casados con hijos. En la universidad, Fer seguía con su novia de toda la vida, una rubia bajita con ojos alegres y culo respingón. Por su parte, Ramón empezaba a utilizar el atractivo de sus patillas para encandilar a las incautas muchachas.
- Fer, tío, he estado hablando con Cris.
- ¿Quién es esa tía?
- Joder, la rubia que se sienta a tu lado.
- Ah, la de los cocos, está buena, ¿eh? ¿ has atacado ya?
- No sé, tío, estuve hablando con ella una hora por lo menos.
- Coño, entonces fijo que quiere rollo, si te ha aguantado la chapa una hora..
Mientras Fer dejaba que la brisa de la nostalgia invadiera la habitación, Ramón contemplaba desde la ventana las palmeras que ocupaban el paseo marítimo.
  • Tío, Ramón, despierta, no dices nada..
  • Sí, sí, perdona, qué tiempos aquellos…
Fer se sentía más preparado por haber vivido en una gran ciudad, por poder llamar paletos de provincias al resto, él, que nunca dejó de ser un chico de pueblo. No hay tantos kilómetros de Toledo a Madrid y puede que el glamour toledano los supere ampliamente, pero no es lo mismo, en según qué escenarios, decir que eres de la capital, o al menos eso creen ellos.
Por su parte, Amparo, la hermana de Ricardo había dejado atrás aquellos días en que la llamaban 5 ó 6 chicos por la tarde. En aquellos días felices, su ocupación consistía en ver una telenovela en el salón, Cristal, o algún otro telefilme y dejar pasar las horas en el sofá esperando que sonara el teléfono.
La rutina era siempre la misma, a la llamada del primer chico se levantaba, a la tercera llamada la madre simulaba quejarse aunque en el fondo envidiaba esa adorable juventud. Esta vez, la segunda llamada de la tarde, en la que arrastró el cable del teléfono para poder cerrar la puerta de su habitación y encontrar un poco de intimidad, procedía de su amiga Inma.
  • ¡Hola, guapa!
  • ¿Qué tal?
  • ¿Vas esta tarde al Pétalos?
  • No sé, es siempre lo mismo, ¿no?
  • Tía, ¿sabes quién ha venido este finde?
  • ¿Quién?
  • Fran, el chico moreno de Granada, el amigo de Ricardo.
  • Ah, sí, ya sé quién es.
  • ¿Sabes qué me dijo?
  • ¿Qué? Alguna tontería, seguro..
  • Dijo que se acordaba de tus ojos.
  • Su rostro se iluminó, despojado ya de las manchas de soledad, y de repente retrocedió en el tiempo a los 17 años, pero guardó la compostura suficiente para disimular : Sí, es como.., no sé, interesante…
  • Sí, ¿tú crees?
  • Pero, ¿te lo vas a tirar esta noche?
  • Jo, cómo te pasas..
Al colgar el teléfono percibió que ya no tenía 17 años y que no estaba en el salón de casa de sus padres, ahora era una mujer de treinta años que se acababa de separar, con un hijo de 7 años y una hipoteca para toda la vida. Pero aquella llamada le había devuelto a la juventud, no sabía por qué, pero algo cambiaba. La habitación pequeña había dejado de ser enemiga, ya no era el cuarto de la plancha, era el vestidor, y por primera vez en mucho tiempo tenía ilusión en ver qué ropa tenía al fondo del armario.
Ella se imaginaba su vida como aquellas películas en las que el chico la recoge en un descapotable y le lleva al cine de verano bajo la luz de la luna. El chico podía cambiar, quizás el cine, quizás el coche, pero ella siempre estaría guapísima, con un vestido de fiesta y en un escenario perfecto.

1 comentario:

  1. No me entero de nada. Esta claro que llevo mucho tiempo sin salir con vosotros. Un abrazo chato !!!!!!

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