ATARDECER


"Verdaderamente, la imagen que proyectamos en nuestra mente de un paisaje o una ciudad es totalmente subjetiva. Influye enormemente nuestra predisposición, a la que desgraciadamente contribuye el marketing dominante...."









jueves, 26 de julio de 2012

DIARIO DE UN MAESTRO RECORTADO


              
  
Me llamo Francisco, tengo 42 años y soy maestro. Me acaban de bajar el sueldo un 5%, otro 5% adicional después de la rebaja aplicada por el Estado. En realidad, soy profesor de literatura, pero siempre me ha gustado más la palabra maestro. No voy a aburrir más con la diferencia entre el origen etimológico de magister (de magis), y su primacía sobre el vocablo que da lugar a la actual palabra ministro (de minus). Para eso está internet, google, facebook y la madre que los parió.

Y escribiente aficionado, “escribiente”, escriba, otra palabra olvidada. Pocas cosas me llaman la atención, y una de ellas es la riqueza del español, como en los pequeños pueblos la gente casi analfabeta es capaz de rescatar del rincón del desván vocablos de otros siglos, casi sin querer.

Recuerdo aquellos años lejanos en que mi padre me “aconsejó” que preparara oposiciones, un trabajo seguro, decía. “Lo que nunca va a faltar son supermercados, funerarias y bancos”, lo que el pobre no sabía es que los bancos nos iban a mandar a la funeraria.

Estudiaba en una biblioteca de Guadix. Todas las mañanas me levantaba a las 8 y tras el aseo y un café cargado, caminaba durante 15 minutos por la Avenida que conduce a las angostas calles que desembocan en la Catedral. En una calle paralela a la Escolanía me esperaba como pintada en la plaza una biblioteca, de tamaño descomunal en relación al municipio y  D. Enrique, que era  el único miembro de la plantilla antaño formada por 10  personas.

Solía quedarme esperando en el café Dollar, inyectándome el segundo café de la mañana. Aquel antro, con olor a champiñones aceitosos y cerveza viril, sólo tenía de café el nombre, ya que los vapores alcohólicos flotaban en el ambiente. Me apoyaba estratégicamente al fondo de la barra, de forma que   por la ventana, al fondo de la Plaza San Francisco, divisaba a  D. Enrique, que con paso cansino, aún con restos de legañas en sus ojos, dejaba escapar sonidos guturales, que sin duda escondían improperios contra aquel muchacho que, a la hora tan “temprana” de las 9 y media de la mañana, osaba molestarle esperándole en la puerta para que abriera.



-¡Buenos días!
-¡Buenas!

    De su bolsillo, con parsimonia, y como si iniciara una solemne ceremonia, extraía un enorme juego de llaves del cual destacaba una rotunda clave que abría la puerta del antiguo manicomio mudado a biblioteca (bien mirado, tampoco hay tanta diferencia entre los que habitan uno y otro negocio).

    Sin duda, era mucho más gratificante  estudiar en invierno. Desde la segunda planta, aún con el frío sólo mitigado por una de esas ineficientes estufas de aceite, tenía la perspectiva de iglesias nevadas y minúsculos hombrecillos emprendían la subida por las empinadas cuestas del centro. Aunque sólo fuera por el olor a leña quemada merecía la pena el paseo.

    Abría los apuntes y me enfrentaba a Alberti, Machado y compañía, algunos me eran más simpáticos que otros, pero al final del día, totalmente agotado, me producía el mismo odio la siniestra perífrasis que el más bello y sonoro verso.

Los días de preparador eran más emocionantes, los animaba la aventura de coger la autedia, sacar billete y compartir viaje con las malolientes gitanas de enorme trasero y podía pasar muy buenos ratos repasando a Miguel Hernández mientras disfrutaba de conversaciones animadísimas sobre si la paya Antonia era o no más guarra que la Toti. Imagino que compartirían  autobús conmigo los futuros guionistas de engendros televisivos tipo Sálvame o compañía.   

    Muchos días, a las 9 de la noche, cerraba la carpeta y dudaba entre tomar una cerveza o un ibuprofeno. Siempre pensé que la cerveza tenía más propiedades analgésicas, pero estos cabrones de los médicos con tal de joder…

    Ahora, con un gasto farmacéutico de 900 millones de euros..AL MES..me he dado cuenta de que he contribuido con mis estudios, dolores de cabeza y consumo de medicamentos a la destrucción del Estado de Bienestar (estaba claro que era bienestar para las farmacias y visitadores) y que esos comprimidos efervescentes han ido disolviendo el presupuesto disponible para otras partidas como la  Educación.


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